¿Justicia o Circo? Bienvenidos al país donde los capos hacen tratos y los ciudadanos hacen fila para sobrevivir
/Editorial /
— Qué curioso: en un país donde un ciudadano común puede pasar años esperando que le arreglen una calle, lo escuchen en una fiscalía o le devuelvan la luz, una familia del narcotráfico cruza la frontera con maletas y dólares… y los recibe nada menos que el FBI. Ni siquiera un filtro de migración, ni una fila. Directo al trato, directo al acuerdo. ¿Y nosotros? Nosotros a seguir votando, pagando impuestos y tragándonos las promesas.
Dicen que los Guzmán —sí, los de siempre, los del Cártel de Sinaloa, los que llenaron de muerte nuestras calles y de fentanilo a miles de jóvenes— se están entregando como parte de un “acuerdo”. Ovidio se declara culpable, aporta información y, de paso, su familia se va de vacaciones permanentes al sueño americano. ¿Será que el FBI ofrece paquetes familiares como si fuera una agencia de viajes? ¿Incluye visa, seguridad y cambio de identidad?
Mientras tanto, en Jesús María, su bastión de origen, la comunidad quedó vacía. Y no por la paz, sino por el miedo, por la guerra interna que ellos mismos provocaron. Pero claro, eso no sale en los acuerdos diplomáticos ni en las audiencias en Illinois.
¿Y el pueblo mexicano? Como siempre: mirando desde la banqueta cómo la justicia pasa de largo. Los capos hacen tratos, se declaran culpables, negocian como si fueran empresarios de alto nivel. Pero el campesino que siembra marihuana por necesidad va preso 20 años sin audiencia. El chavo que cae con una bolsita, sin abogado ni recursos, se pudre en una celda.
No es que queramos venganza, queremos justicia. Pero no esta farsa en la que los peces gordos no solo no caen… ¡se entregan por su cuenta y se les recibe con cortesía! ¿Cuántos muertos, cuántos huérfanos, cuántas madres llorando dejó su “negocio”? ¿Quién va a resarcir ese daño?
Y mientras los capos hacen acuerdos desde una sala de juicio en Chicago, en México seguimos atrapados en un sistema que parece hecho para proteger a los malandrines y castigar a los que estorban: los ciudadanos honestos. Esos que aún creen que votar sirve, que denunciar sirve, que la ley es pareja.
Pero esta historia nos recuerda lo contrario: aquí el poder no está en la ley, sino en con quién negocias.