María José y Valeria: Dos vidas arrebatadas, dos historias que se repiten
En menos de una semana, dos jóvenes mujeres —una en Colombia, otra en México— fueron asesinadas con el mismo patrón de violencia: un supuesto regalo, un domiciliario que toca a la puerta y, en lugar de una sorpresa, la muerte.
María José Estupiñán, de 22 años, era conocida como «La Mona» en redes sociales. Estudiaba Comunicación Social en la Universidad Francisco de Paula Santander y soñaba con ser presentadora. El jueves pasado, en Cúcuta, salió de su casa para recibir un regalo de manos de un repartidor. Era una caja de chocolates. Al abrir la puerta, el hombre le disparó directamente al rostro. María José murió antes de llegar al hospital.
Dos días antes, el 13 de mayo, en Zapopan, Jalisco (México), Valeria Márquez, una joven tiktoker de 23 años, fue asesinada mientras transmitía en vivo desde su salón de belleza. También había dicho que recibiría un regalo. También fue atacada por un domiciliario. También murió antes de ser atendida.
Ambas habían expresado miedo. Valeria lo dijo abiertamente en redes sociales: temía por su vida, responsabilizaba a su expareja si algo le ocurría. María José había denunciado a su ex en 2018 por violencia intrafamiliar y apenas un día antes del crimen acudió a la Fiscalía. Según medios locales, había obtenido una resolución a su favor.
Los dos casos no solo comparten un modo de operación. Comparten una realidad que duele: el sistema no protegió a ninguna. Pese a denunciar, pedir ayuda, activar protocolos, fueron asesinadas. No por desconocidos. Por hombres que alguna vez estuvieron en sus vidas.
“El Estado le falló a esta joven”, dijo Alejandra Vera, de la Corporación Mujer Denuncia y Muévete, sobre el caso de María José.
Estos asesinatos no son hechos aislados. Son parte de una escalofriante tendencia global. En Colombia, 2024 ya es el peor año en la última década en materia de feminicidios, con más de 700 casos reportados. En México, la violencia de género cobra la vida de aproximadamente 10 mujeres al día.
Ambos países comparten contextos marcados por la violencia estructural: en Jalisco, el crimen organizado ha convertido zonas enteras en fosas clandestinas. En Norte de Santander, Colombia, la guerrilla y grupos armados libran una guerra sin tregua.
Pero incluso en medio de esa violencia generalizada, la más sistemática y cotidiana sigue siendo la que se ejerce contra las mujeres. Muchas veces por parte de quienes dicen amarlas.
Reflexión: ¿Cuántas veces más tenemos que contar esta historia?
María José y Valeria no solo eran jóvenes con sueños. Eran hijas, amigas, estudiantes, creadoras. Vivían con miedo, pidieron ayuda y aún así las mataron.
No es suficiente con indignarse cada vez que una de estas historias se hace viral. Es hora de exigir justicia real, sistemas de protección efectivos, leyes que se cumplan y, sobre todo, una transformación social que deje de normalizar la violencia contra las mujeres.
Porque cuando una mujer denuncia, el Estado no puede mirar para otro lado.