TENER HIJOS ES MUY MALO, ES UN CASTIGO
Ernesto Parga Limón
Exultante, orgulloso, declara en su último artículo Arturo Saldivar Lelo de Larrea, ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación:
“En el Poder Judicial Federal adoptamos una medida inédita en nuestro país y en la mayor parte del continente americano: licencias de paternidad pagadas, por tres meses, para todos los trabajadores de la judicatura, las cuales se podrán ejercer en un periodo de nueve meses a partir del nacimiento o de la adopción de la niña o niño.
Esta sola declaración, sin aún terminar de leer y más allá de la innecesaria aclaración de niña o niño, me pareció un logro para todos los varones, futuros padres, obtenido en medio de la actual y un tanto patética polarización varón-malo, mujer-buena, pensé que finalmente se reconocía ese derecho materializándolo como la oportunidad de acompañar a la madre en el gozo supremo de asistir al hijo y estar juntos y disponibles para el recién nacido.
Sin embargo, pronto mermó mi entusiasmo al leer cuales son las verdaderas razones que esgrime el ministro presidente que lo enorgullecen tanto y convierten, según sus dichos, a la Suprema Corte mexicana en paladín de la justicia para toda la América latina, veamos:
“Las licencias de paternidad combaten frontalmente los estereotipos de género que asumen que las mujeres son las únicas responsables de la crianza y el cuidado de los hijos, imponiéndoles cargas de trabajo no remunerado que frenan su desarrollo profesional y económico”.
Querida madre de familia que me lees, el ministro nos enseña que la crianza de tus hijos no es dedicación, ni deleite, ni santa abnegación, ni el dulce sabor del deber cumplido, sino una mera imposición de carga no remunerada producto de esta sociedad heteropatriarcal que te oprime sin que siquiera te enteres; de verdad lo siento. Te sientes feliz solo porque no te percataste que la plenitud absoluta está en el trabajo fuera de casa y en el dinero que por ello obtengas. Espero que ahora entiendas que ese gozo radical que sientes al servir a los tuyos desinteresadamente es solo un sucedáneo mentiroso del auténtico gozo de la realización profesional pagada.
El ministro ya tomando valor y demostrando que es más ingenuo que yo; pone la guindilla a su pastel empalagoso de tanta corrección política cuando dice:
“Las licencias de paternidad promueven la corresponsabilidad en el cuidado de las hijas e hijos, y sientan las bases para una mejor distribución de tareas en el hogar.”
¡Hágame usted favor!, semejante ingenuidad, que alguien le diga al ministro que el baquetón irresponsable no va a lavar un solo plato, si no le da la gana, ni en tres meses pagados ni en nueve ni en toda su vida.
Así que, si tú crees, estimado lector padre de familia, que Arturo Saldívar piensa que tu presencia en casa durante tres meses es muy importante para la salud anímica del bebé, de ti mismo y de la madre. Si crees que la Suprema Corte de Justicia asume que los padres podemos dar una contribución inestimable, no sustituible ni siquiera por la madre, te equivocas rotundamente.
Si pensaste que al fin los varones dejaríamos de ser la encarnación de la perversidad misma y alcanzaríamos un reconocimiento ofreciéndonos estos tres meses pagados, puesto que ser padre es importante, excelso; estás errado amigo, errado rotundamente, no merecemos nada, somos solo varones, lo peor de la humanidad.
El ministro Saldivar da a los varones en realidad un castigo y como una venganza los obliga a compartir con las madres el “horrible lapso” de la crianza de los hijos, cree Arturo Saldivar que el mal de la maternidad injustamente asignado únicamente a la mujer será un poco menos terrible si se reparte, ese horror, entre ambos padres.
Cree el ministro que todas las mujeres odian pasar por la maternidad, que no está ahí el momento de su plenitud, que es un lastre en su desarrollo, cree que ninguna goza de ese momento, que todo es un rol y un estereotipo, un constructo, pues, para oprimir más a las mujeres. Cree que ellas se equivocan y si se sienten realizadas es porque han sido manipuladas, cree, el justiciero ministro, que no hay un solo varón, justo y delicado, que actúen movido por la bondad, por el amor.
Las justificaciones que aduce del porqué de estas licencias de paternidad retratan al ministro enterito, esclavo, sin libertad, de la presión de lobby de la equidad de género, lo retratan como un vocero servil a una agenda tras de él.
Que tal que, sin maniqueísmos, decimos que el padre en casa es mucho mejor que el padre ausente, que tal que decimos que un hijo es una realidad inconmensurable que nos reclama a todos, que tal si decimos que la maternidad es un privilegio que la madre quiere, no solo necesita, compartir con el padre de su hijo. Que tal que si solo decimos que el hijo merece al padre y el padre al hijo.
Arturo Saldivar parece, por un momento, que escucha un poco también al angelito que se posa en su hombro cuando dice: “Al mismo tiempo, esta revolucionaria medida permitirá que los hombres vivan su paternidad de manera más plena desde las primeras etapas, en beneficio de las infancias, que gozarán de una crianza compartida.” Salvo el despropósito de llamar revolucionario a lo natural, a lo eterno, me parece que esto hubiera sido suficiente como texto de todo su artículo.
Pero parece que el ministro se sorprende de sus mismas conservadoras y poco incluyentes palabras, que ataja rápidamente, “De igual modo, la medida se ha ampliado a las familias homoparentales, de manera que las madres no gestantes también puedan acceder a las licencias”.
Sorprende que todo ese arrebato de inclusividad no haya sido suficiente para mencionar los padres heterosexuales no gestantes que deciden darle un hogar a un niño vía la adopción, o a los padres viudos. En fin.
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